Recordando a Don Oscar por Florentino Bustos Molina
Publicado en el Nº 25 de La revista. Sade, Córdoba Junio de 2001
El color y la luminosidad de este día otoñal en Villa Dolores, me sirven de condimentos para recordar a Don OSCAR GUIÑAZÚ ÁLVAREZ.
A este gran hombre y mejor poeta, nacido en la localidad de Candelaria, Pcia. de San Luis en 1916 (el mejor pueblo del mundo, como solía decir), recuerdo que lo conocí en la década del 60 cuando yo era estudiante secundario, y recién a fines de la citada década mantuve el primer contacto cuando tuvo la deferencia de obsequiarme su libro de poemas: “ÓRBITA CINCUENTA”, el que leí con mucho respeto y admiración.
Desde ese momento, comenzamos a saludarnos a mantener esporádicos diálogos, en los que me manifestaba su amor por la poesía y sobre la organización de los anuales Encuentros de Poetas. Por ese entonces yo escribía mis poesías, pero no me atrevía aún a mostrar mis trabajos.
Tanto Don Oscar como yo, trabajábamos en oficinas ubicadas en el primer piso de la Galería Central, frente a plaza Mitre. El, si mal no recuerdo, tenía una especie de inmobiliaria, y yo dictaba clases en una Academia de contabilidad y caligrafía.
Por aquella época, nuestra hermosa ciudad joven aún, ya desafiaba el futuro del que hoy gozamos. contaba en el ambiente cultural con este formidable protagonista como era Don Oscar, por la organización de los Encuentros bajo el lema de “Poesía y Amistad”.
Mientras Don Oscar continuaba con sus cada vez más concurridas reuniones de poetas, persistía en mí, cada vez que nos encontrábamos, el temor de confesarle mis inclinaciones literarias. No obstante concurría asiduamente a los encuentros que se llevaban a cabo en los salones de la Asociación Italiana Roma y en la Sociedad Sirio Libanesa.
El “Maestro” o el “Profe”, como ya se lo identificaba, se movilizaba por entonces con una motocicleta provista de dos carterones de cuero, como alforjas cargadas siempre de libros y poemas. Más tarde lo hizo en un Fiat 600.
En 1975, mi madre “Lola”, que con sus joviales 84 años aún me acompaña, trabajaba en la Escuela Primaria “Mercedes de San Martín”, de esta ciudad, y como una feliz coincidencia, el director de la misma era el poeta Rafael Horacio López. Por esa época teníamos en casa un gran televisor —blanco y negro- en cuyo mueble, se depositaban libros, papeles varios, diarios, revistas, lugar donde yo había depositado cuatro de mis poemas. Mi madre, sin avisármelo, los llevó al poeta López, y éste se los entregó a don Oscar.
Pasaron los días, y al volver a encontrarme con el Maestro, este me dijo: “Mire mi amigo, yo soy un constante buceador de poetas y no le puedo perdonar a Ud. de que no me haya dicho que escribía poesía”. Atónito le pregunté de donde había sacado eso. Entonces me contestó “Yo como buceador de poetas, coma ya se lo anticipé, en mi poder cuatro poemas suyos que me han gustado desde ya lo desafío a las reuniones y actos de “Tardes de la Biblioteca Sarmiento, y, allí sabrá quien me entregó sus hermosos poemas’. Y acotó: “la próxima se llevará a cabo este sábado a las 18hs en el local de la Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento, a no faltar”.
Llegó el día y me hice presente con mucho temor, circunstancia en la que me presentó a Rafael Horacio López a Rafael Mario Altamirano “Ninalquín”, Teresa Gómez de Atala, a las hermanas Asturias Iris y Diana Gliners Carreras de la Serna. Una vez presentados don Oscar nos explicó a los nuevos incorporados, el funcionamiento de la entidad, que por sobre todo era un grupo de amigos.
Luego llegó mi debut en público, y fue en un acto que organizó la biblioteca junto a la Comisión Municipal de Cultura de la ciudad, donde se dejó inaugurada también la exposición de cuadros de la artista plástica: Felicidad Godoy (ya fallecida). Leí mis poemas, y al finalizar el acto el maestro me felicitó y me dijo: “Desde este momento pasa a formar parte del grupo de poetas de nuestra entidad, y ya pasaron de aquello más de 25 años, y a la que todavía sigo perteneciendo.
Recuerdo además, que se sucedieron entonces las invitaciones y los viajes a los distintos encuentros de poetas que se celebraban en el país y fuera del mismo. A muchos asistí con don Oscar y de los que guardo gratos recuerdos.
El “Profe”, en varias oportunidades, me confesó, como seguramente lo habría hecho con otros amigos, que tenía dos grandes miedos: uno el de quedarse ciego, y el otro a la muerte.
Como todos saben, desde muy joven usaba lentes de alta graduación, sin embargo esto nunca fue impedimento para trabajar, viajar, y manejar los vehículos de los que fue propietario.
A propósito de ello vienen a mi memoria un par de anécdotas. Una de ellas ocurrió cuando un día sábado por la mañana me invitó a que lo acompañara en su Fiat 128 hasta la localidad de Cura Brochero, donde residía y aún reside el poeta Honorio Humberto Bustos, con el objeto de ultimar detalles del encuentro de poetas que estaba finiquitando.
Para los que no conocen, la ruta que debíamos transitar tiene varias curvas y muy pocas rectas, existiendo una a la que se denomina “el Perchel”, más o menos a mitad de camino. Volviendo a Villa Dolores, antes de ingresar a la mencionada recta existe un refugio de los habituales en las rutas provinciales, me dijo: “Bustos Molina, aquello que se ve allá ¿es un automóvil que viene o que va?”. Lo miré y le respondí: “don Oscar no es un automóvil, es el refugio”, y llegamos perfectamente bien, pues era muy prudente.
La otra recordación fue cuando lo invitó a Honorio Bustos a viajar en su auto a Santiago Temple (Pcia. de Córdoba). Honorio le aceptó la invitación, pero con la condición de que él conduciría el vehículo. Don Oscar aceptó, pero sólo lo dejó conducir a Honorio apenas unos pocos kilómetros.
Lo narrado ha sido a modo de anécdotas, pues el problema visual de don Oscar no era condicionante ni impedimento para conducir, ya que con su prudencia, cubría con creces aquella deficiencia.
Continuando con esta recordación, el hogar de este “Quijote transerrano” como también se lo llamaba, fue el puerto obligado de los poetas de todas las latitudes, pues junto a su inseparable esposa “Esthercita” compartían siempre la alegría de los encuentros, y a pesar de que hoy no está su mentor, está y estará siempre vivo el recuerdo y el ejemplo en la persona de la Sra. Esther.
Quizás mis palabras no alcancen para ponderar la figura de don Oscar Guiñazú Álvarez, ni tampoco para expresar la dimensión de su obra cultural, pero sí puedo afirmar que no sólo fue un trabajador de la Cultura, sino un importante poeta que con su franca sonrisa y disimulando sus dolencias logró vivir en libertad y trasmitió esa imagen ideal que no a pocos desvela.
Cuando un 9 de julio de 1996 a las 8 y 30 horas suena el teléfono de mi casa y me dispongo a atenderlo, su yerno el Dr. Jorge Najie me solicita le informe qué hacer con el marcapaso de don Oscar, pues éste había partido para siempre. No recuerdo qué contesté, pero sí que llamé al poeta Felipe Angellotti y nos hicimos presentes en su domicilio, y juntos con toda unción y a solicitud de doña Esther, lo vestimos con su impecable traje azul, su camisa blanca y su corbata oscura. Lo despedimos con un beso en la frente y emprendió su viaje final.
Florentino Bustos Molina
Publicado en el Nº 25 de La revista. Sade, Córdoba Junio de 2001
Miguel Ortiz y Florentino Bustos Molina