CÁRCANO Y EDISON
Un joven reconcentrado en ubicar la pala mecánica entre
los escombros no levanta sus ojos para leer la desolación en mi mirada. Él
continúa su tarea , quiere avanzar, levantar los inertes ladrillos , los
despojos de casa yacente; un sándwich lo espera en la mochila .
Detuve el motor del auto para observar la demolición. Una
brisa de otoño me llega desde el patio de los Ceola, una infancia de juegos del
elástico, cimbreantes mis dos colitas bailaban en el aire de la tarde, esas
lejanas tardes de juntarnos para hacer los deberes , de búsquedas en los
manuales Lo sé Todo , de trazar prolijito en el Simulcop para ilustrar plantas,
animales, o rostros de generales en batalla, o escudos de provincias, o la
bandera alta en el cielo, para cumplir con las tareas de las señoritas de la
Escuela San Martín.
Acá está la esquina de Cárcano y Edison, acá dejo mi bici
Cincia en la puerta de la despensa y entro a buscar a Normita, ella es generosa
y me invita rasquetas con queso y desplegamos los útiles que guardo en el portafolio
marrón ,interminable ,de cuero, que heredé de alguna de mis hermanas y que no
sé dónde fue a parar como tantas cosas de mi vida que hoy quisiera tenerlas un
momento. El Negrito su hermano menor, que en realidad es rubio y bonito, sube
como un relámpago en su bici, su rizos vuelan y desaparece , en el aire viaja
una recomendación de la madre, que él no escucha. Don Víctor carga el camión de
Transporte que saldrá de madrugada y Doña Adela le acerca un mate calentito. Yo
pienso qué lindo sería tener un papá.
Acá está la vieja casona de Los Palacio, yéndose en polvo
y tiempo. Estoy en la escuela San Martín, anhelante , miro por la ventana, la
Seño Claribel me observa y yo introduzco mis dedos pequeños y con tiza en el
bolsillo, ahí está mi tesoro, mi madre me dio un barquito de cinco centavos y
un caballito de 10 centavos, los acaricio, juego con ellos. Suena el timbre del
recreo de las 14 y 30 y corro , me acerco a la cerca y una de las Niñas
Palacio, la Negrita, ya cruza la calle con su canasta con pastelitos de dulce.
Brillantes de almíbar, como una flor de sol, como un mar de membrillos
derretidos, como una tajada crocante de niñez son los pastelitos de las Niñas
Palacio. Ella me sonríe, y sus ojos brillan en los míos. Mi boca , menuda y
desdentada de infancia tiene ese sabor dulce a ternura e inocencia . Ella
vuelve a su casa con la canasta vacía , le pedimos más pastelitos para el otro
recreo , La Niña Palacio , tiene un aire de tía buena , se da vuelta y nos
dice: a estudiar mis pícaros! Mañana habrá pastelitos de batata también.
La vieja casona de los Palacio se bambolea en trozo de
vidas que no caen del todo, y ahí entro yo, de nuevo :
- Vengo a que le levanten los puntos a estas medias finas
de mi mamá. Dice que son del luto, y que las necesita para la misa.
Otra de las Niñas Palacio, las toma entre sus manos de
hada y me acaricia el pelo.
-Decile que a la tarde estarán listas, se las hago pronto
porque son para el luto- dice- .
Salgo saltando los escalones de la entrada , en el garage
Don Antenor acomoda unos cajones de fruta y como observa que miro las
mandarinas, me regala una.
Voy brincando, pensando en mi bici, en jugar y en ver la
novela en el tele de los Negri , que tienen tele a color.
La vieja casa de los Palacio cae y se corre en muertes de
polvo. Ahí entramos con mi madre para la confección del vestido de mi Primera
Comunión. Para algo tan trascendental elegimos un hermoso broderie bordado con
florcitas, la esposa de Don Antenor convenció a mi mami que la moda había
cambiado, y que ahora se permite que sea más corto, eso a mí me gusta y mi
madre accede . Yo quería que mi vestido fuera sencillo, y eso sí, que me tapara
las rodillas huesudas y con una cicatriz recuerdo de un porrazo que me di en la
bici , justo justo en la puerta de los Pestre.
La esquina de Cárcano y Edison es un viejo fantasma ,
caído, habitado por voces que ya nadie escucha pero que sin embargo viven en la
memoria de los que al contemplarla sentimos su cercanía y sus miradas.
El joven de la máquina, eleva mis recuerdos que vuelan ,
en nada, en tiempo.
Algo nubla mis ojos, pongo en marcha el motor , y quiero
irme, pero cruzando la calle pasa Normita, mi amiga de la infancia que me mira,
me saluda con su mano en alto y su sonrisa me devuelve un calor de afecto
renovado, en sus ojos destemplados , leo esta recurrente nostalgia que se queda
conmigo. Todo va lento y sin pausa a una segura muerte dehabitada.
CELIA INÉS LÓPEZ MIRANDA