UN CANTO A LA MUJER ESMERALDEÑA
Así, para empezar, digo: no
tiene
la luz, en su registro de
matices,
los que emanan de ti, si en tus
raíces
nacen luces inéditas y advienen
resplandores en tránsito de
fiesta,
de la llama hacia el fuego de
tus ojos,
y va cayendo la altivez de
hinojos
a los pies de la mágica y
enhiesta
silueta virginal que se apodera
de los fulgores de la sangre
ardiente,
y hay un son marinero que al poniente
embriaga, y tus elásticas
caderas
van convocando, a golpes de
tambores,
con sus imperativos movimientos
que subyugan al vuelo en
crecimiento,
al véspero sensual y a sus
ardores.
De la pulpa frutal con que
articulas
mariposas de dicha y de ternura,
va desgajando a besos la dulzura
sus claves increíbles con que
anulas.
la pretensión de huir de tus
hechizos,
de escapar del rigor de tu
cintura,
del garbo embriagador de tu
figura
que sujeta la tarde a su
capricho,
que condiciona al mar, pues tu
vaivén
no le pide favores al oleaje,
y así, desde tu talle, emprendo
el viaje
a la inicial más dulce de la
miel.
Mientras tanto tus brazos, a
placer,
desatan un raudal de poesía,
cuando, de pronto, invade la
armonía
los recónditos sitios de tu ser.
Ah, realidad irreal, tú, la
risueña,
celestial y terrígena, tu aroma
lo amalgamo a mi verso en la
corona
de tu orgullo ancestral,
esmeraldeña.
Jose Sosa Castillo
Esmeraldas, Ecuador