Miguel Ortiz
Dónde oculto mis escombros
Pretendía hacerle un canto a la vida y alabarla toda,
pretendía, desde mis presumidas pretensiones,
cantarle a las nimiedades más excelsas,
o aun a los infortunios más obscuros.
Detuvo mi trazo una fantasía de niño,
una danza de versos categoriales viejos,
Una hoja en blanco llena de espacio vacío
que aunaba a un yo escondido tras los cristales de mis propios vicios.
Ya nada es lo mismo,
nunca lo fue.
Aunque la intangibilidad simbólica se hiciera dueña del suceso etéreo,
nada nunca fue lo mismo.
Pensaba en describir todas aquellas cosas que nos hacen libres,
aquellas que amamos en la desidia más cotidiana,
aquellas que se aferran a la aurora mágica de los entre versos más sombríos,
caníbales de las ideas, del tiempo, de las nostalgias.
Quizá sea una condena que mi verso se corrompa de tanta insolencia,
de tanto beneplácito al sin sentido.
Quizá sea el destello de mi intimidad más íntima,
que me acosa, me invita y me vuelve suyo sin que pueda volverla mía.
Que audacia la del niño,
que escondió el verso tras el asombro por el universo infinito,
que audacia la del hombre que transitó el infinito encontrando el verso,
volviéndolo vida, tornándolo arte.
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