DULCE DE POMELOS
Un pomelo
como un sol de domingo en otoño
entibia mi cocina esta tarde.
Con cuidado lo tomarás entre tus manos,
las redondeces doradas
requieren de la caricia y el tacto
para darse.
Acércalo a tu rostro
y aspira su frescura ,
tómalo con firmeza
y empieza a desnudarlo.
Sin herirlo ,
en láminas delgadas,
le quitarás la cáscara,
a veces lo valioso
se recubre de un amargor primero
y demora en mostrarse,
por eso,
esa segunda piel,
coraza blanca,
que despierta los jugos de tu boca,
ácida guardiana de un corazón en pulpa
debe caer,
para entregar , rosado ,
ese latido que gotea la promesa del dulce
en sus arterias .
Escurridiza , el azúcar lo cubre
Nada puede quedar indemne a la dulzura,
ella lo impregna todo ,
se ha filtrado en su carne
y cambió para siempre
su sabor y su esencia.
Se parece al amor
ese pomelo que a veces es la vida
cuando atardece,
y adentro, muy adentro
hay amargas semillas de batallas
abandonadas o perdidas,
hasta que inesperadamente
llega la lluvia blanca a inundarlo
en dulzura .
No te excedas ni te engañes con ella,
el equilibrio es la medida exacta
en el sabor como en la vida .
El fuego trabaja desde abajo,
envolvente y rojizo ,
encuentra su destino frutal en esta ceremonia.
Con la cuchara de madera
dibuja un ocho imaginario y recórrelo
sin prisa,
acompañando
el movimiento con tu canto
y tu ritmo…
aguarda,
siente la música emanada del cobre
siente la danza crepitando en la olla
siente cómo tu lengua paladea
el ácido dulzor dorado de la fruta.
Mi corazón empomelado
entrega,
único, reincidente
un antiguo dolor adormecido,
un dulzor nuevo
temblando,
ingresando a tu boca.
Celia Inés López Miranda
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