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Sitio del Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento y su actividad cultural, desde el 1 de mayo de 2008 en la web. Manteniendo vivo el legado Oscar Guiñazú Álvarez, para que no se pierda su obra y continúe en el tiempo.Apuntamos a la continuidad como el mejor homenaje a Don Oscar y su obra para que sea algo indeleble a través de los años.Realizamos el encuentro de poetas mas antiguo del mundo, cada año, desde 1962 en forma ininterrumpida nos encontramos en poesía y amistad en Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Todos los jueves llevamos a cabo el tradicional Café Literario, un lugar de encuentro para escritores y lectores. Oscar Guiñazú Álvarez nos dejó en 1996. Y como la institución era él, a quienes quedamos nos costó mantener el fuego. Hoy el Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento trabaja intensamente por la cultura. Quienes hemos heredado aquella antorcha, tenemos el honor y el desafío de hacer que su fuego siga brillando.





Mostrando las entradas con la etiqueta Antonio Esteban Agüero. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Antonio Esteban Agüero. Mostrar todas las entradas

Baladilla de los pies descalzos, Antonio Esteban Agüero


Baladilla de los pies descalzos

Morenos, menudos,
de mugre calzados,
que el arroyo quiere
y persigue el barro...
morenos, ligeros,
listos como pájaros;
desdeñan la ojota,
odian el zapato,
¡libres por la senda
van los pies descalzos!
Su dueña: una niña
su dueño: un muchacho
han ido siguiendo
misterios del campo,
un secreto ruido,
un bramido raro,
en la noche: tucos,
en la loma: pájaros,
y siempre perdiendo
o regando rastros,
por noches y días
van los pies descalzos.



Antonio Esteban Agüero

Canción para Saludar al Sol, Antonio Esteban Aguero


Canción para Saludar al Sol

Desnudo,
con las manos en alto,
Te saludo.
Con gritos de flores,
y suspiros de hierbas,
te saludo.
Como el joven gallo
de cresta morada que presiente
tu marea en la sombra,
te saludo.
Con la voz,
con el pulso,
con el yo,
desde el nudo
de serpientes azules
y escarlatas
donde surge la sangre,
te saludo.
Como un pájaro ciego,
te saludo.
Como una cigarra moribunda,
te saludo.
Como un viejo lagarto,
y una hoja reciente,
te saludo.
Habitado de semen,
sumergido en el polen,
te saludo.
Con relincho
y susurro,
por el potro y la abeja,
te saludo.
Llovido de lagrimas,
alegre,
vencedor de la niebla,
joven,
puro,
percutiendo tambores,
te saludo.
Como el niño que corre
por túneles oscuros
horadando la noche con las
uñas,
te saludo.
Con la piel,
te saludo;
con cada cabello,
te saludo;
con las vísceras todas
te saludo.
Solitario,
desnudo,
masculino,
da pie en la colina
te saludo.


ANTONIO ESTEBAN AGÜERO


Canción del para qué de las máquinas, Antonio Esteban Agüero


Fotografías del Café Literario del Jueves 04 de Diciembre de 2008, en el patio de Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El Tren y coordino la velada Roberto “Tito” Garcia. Ilustrando el encuentro fotografías de antiguos trenes y estaciones de ferrocarril.


Canción del para qué de las máquinas

Las máquinas existen
para que el pan,
el vino,
y el pez
se multipliquen.

Para que Tú me escuches,
y Yo te mire,
detrás de las fronteras
sobre el último límite.

Y la música sea
la que ordene países.

Y la mano del hombre
con pulgar oponible,
dibuje en la materia
el rostro de los sueños
y ensueños increíbles.

Y el cielo con la Tierra
de nuevo se mariden.

Y los salvajes vientos,
con sus pájaros libres,
recorran nuevamente
los páramos de pronto
vestidos de jardines.

Las máquinas existen
para que el mundo sea
las estrellas de hermosura
que los antiguos dicen.

Y la unidad se cumpla
y la paz se realice.

Las máquinas existen
para que un día Lázaro
otra vez resucite ...
de "Canciones para la voz humana"
ANTONIO ESTEBAN AGÜERO



 Fotografías del Café Literario del Jueves 04 de Diciembre de 2008, en el patio de Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El Tren y coordino la velada Roberto “Tito” Garcia. Ilustrando el encuentro fotografías de antiguos trenes y estaciones de ferrocarril.


Digo La Mazamorra, Antonio Esteban Agüero


Digo La mazamorra
La mazamorra, sabes
Es el pan de los pobres
Y leche de las madres
Con los senos vacios
Yo le beso las manos
Al inca viracocha
Porque invento el maiz
Y enseño su cultivo

En una artesa viene
Para unir la familia
Saludada por viejos,
Festejada por niños
Alla donde las cabras
Remontan en silencio
Y el hambre es una nube
Con las alas de trigo

Todo es hermoso en ella,
La mazorca madura
Que desgrana en noches
De vientos campesinos
El mortero y la maza
Con trenzas sobre el hombro
Que entre los granos mezcla
Rubores y suspiros

Si la quieres perfecta
Busca un cuenco de barro
Y espesala con leves
Ademanes prolijos
Del mecedor cortados
De ramas de la higuera
Que la siesta da sombras,
Benteveos e higos.

Y si quieres, agrégale
Una pizca de cenizas de jume
Esa planta que resume
Los desiertos salinos
Y deja que la llama
Le transmita su fuerza
Hasta que adquiera un tinte
Levemente ambarino.
Cuando la comes sientes
Que el pueblo te acompaña
A lo largo de valles,
Por recodos de ríos
Cuando la comes, sientes
Que la tierra es tu madre
Más que la anciana triste
Que espera en el camino
Tu regreso del campo
Es madre de tu madre
Y su rostro es una piedra
Trabajada por siglos.

Hay ciudades que ignoran
Su gusto americano
Y muchos que olvidaron
Su sabor argentino
Pero ella ser siempre
Lo que fue para el inca
Nodriza de los pobres
En el páramo andino

La noche que fusilen
Poetas y cantores
Por haber traicionado
Por haber corrompido
La música y el polen,
Los pájaros y el fuego
Quizás a mi me salven
Estos versos que digo.


Antonio Esteban Aguero

Las máquinas existen, Antonio Esteban Aguero

Las máquinas existen
para que el pan,
el vino,
y el pez
se multipliquen.

Para que Tú me escuches,
y Yo te mire,
detrás de las fronteras
sobre el último límite.

Y la música sea
la que ordene países.

Y la mano del hombre
con pulgar oponible,
dibuje en la materia
el rostro de los sueños
y ensueños increíbles.

Y el cielo con la Tierra
de nuevo se mariden.

Y los salvajes vientos,
con sus pájaros libres,
recorran nuevamente
los páramos de pronto
vestidos de jardines.

Las máquinas existen
para que el mundo sea
las estrellas de hermosura
que los antiguos dicen.

Y la unidad se cumpla
y la paz se realice.

Las máquinas existen
para que un día Lázaro
otra vez resucite ...
Antonio Esteban Agüero
de "Canciones para la voz humana"

Canción para decir en la calle, Antonio Esteban Aguero


Canción para decir en la calleUn día, siquiera, por semana
ensayemos el oficio humano:

Paremos el reloj,
ocultemos el calendario;
no abramos periódico ni libro,
ni escuchemos radio,
y tomemos un ómnibus cualquiera
que nos conduzca al campo.

Y una vez allí,
busquemos un sitio solitario,
entre pinos
y los álamos
a la vera del agua, si el arroyo
quiere ofrecernos su cristal cercano,
o en la abierta llanura donde el viento
galopa con los caballos.

Y vivamos,
sí, nada más,
vivamos,
mientras crece la luz, y la marea
de la savia asciende
por arterias de árbol;
vivamos,

mientras vuelan insectos, y las nubes
livianas y lentas como barcos
viajan al sur, y el aire
conduce pájaros;
sí, nada más,
vivamos

en reposo total como la hierba
que nos da su regazo
de vez en vez oyendo
el oscuro corazón del mundo
que late soterrano.

Sí, nada más,
vivamos,
solamente vivamos.
Antonio Esteban Agüero
de "Canciones para la voz humana"

Cantata del Abuelo Algarrobo, Antonio Esteban Agüero



Cantata del Abuelo Algarrobo, Antonio Esteban Agüero

I Parte
Padre y Señor del Bosque,
Abuelo de barbas vegetales,
Yo quisiera mi canto como torre
para poder alzarla en tu homenaje;
no el canto pequeño de la flauta
dulce, delgado, suave,
la de cantar la rosa y la muchacha,
sino el canto del mar; un canto grave,
con olores de vida y con el pulso
musical y viviente de la sangre.
Algarrobo natal. Abuelo mío.
Hace mil años la paloma trajo
tu menuda simiente por el aire
y la sembró donde Tú estás ahora
sosteniendo la Luz en tu ramaje
y la Sombra también cuando la noche
en larga lluvia de luceros cae.
Así naciste. Cuando tú crecías
la región era bosque impenetrable,
con oscuros guerreros que danzaban
junto a los juegos al caer la tarde,
y con nombres diaguitas en los ríos,
sobre todas las bestias y las aves,
en cada hierba, sobre cada cerro,
una tierra sin mapas ni ciudades,
donde dioses sedientos presidían
el cortejo y el rito de la sangre
que vertían pintados hechiceros
para aplacar las cóleras solares.
En tiempo aquel la arena numerosa
que festonea las playas litorales
ignoraba las máscaras de proa,
las amarras y el ancla de las naves,
sólo sabía de los pies desnudos
y de la huella digital del ave;
era cuando los ríos conducían
lentas piraguas sobre remos suaves
mas no la ambición del maderero
que asesina al futuro en el obraje
y convierte en silencio de moneda
la rumorosa fiesta de los árboles;
por ese entonces, mientras Tú crecías,
algarrobo natal, Señor y Padre,
la tierra nuestra en libertad vivía
hacia todos los rumbos cardinales,
desde el país del Ona y la Ballena
hasta el infierno vegetal del Cáncer,
desde el prado que el Ceibo ruboriza
a la región que señoreaba el Huarpe,
sin conocer ejidos ni parcelas,
ni muro torpe o codicioso alambre,
donde el hombre y la bestia convivían
estrechados por lazos fraternales,
y la Luna era Quilla y el Sol Inti,
el día joven y la noche grande.
Así creciste, un día y otro día,
hacia abajo y arriba, penetrante,
con las raíces cada vez más hondas
y la copa más alta y dominante,
en crecimiento que fue dura guerra
sostenida y ganada a cada instante
contra el viento del Sur y la sorpresa
del rayo azul y su puñal tajante,
contra el cierzo de julio que traía
los rebaños de nieve trashumantes,
contra la sed en el ardor de enero,
cuando gentes y plantas implorantes
alzan ojos y hojas a las nubes
por si las nubes sus entrañas abren
y la lluvia se vierte generosa
en licor de celestes manantiales.

Pero ya Tú eres lo que ahora miro
¡Algarrobo natal, Señor y Padre!
con estos ojos que el amor habita
y los otros secretos de la sangre:
un árbol rey, un árbol sólo, el Árbol
sin edad en el tiempo y en el aire,
a cuya sombra hace doscientos años
a favor de un designio inescrutable
se fundó mi casona solariega
sobre honrada simiente de linaje.



II Parte

FRANCISCO ANTONIO se llamó el hidalgo
natural de La Rioja y heredero
de los varones de Castilla clara
que las tierras del indio redujeron
y alegraron de hispanas fundaciones
lo que antes fuera soledoso yermo;
hombres enjutos, con la tez morena,
valiente espada y corazón de hierro,
que llevaban el nombre de María
bordado sobre encaje y terciopelo
y el rampante león en la bandera,
pero también sobre la flor del pecho.

Cómo me gusta imaginar los ojos
de aquél mi casi legendario abuelo
y su larga emoción inexpresada,
o expresada tal vez por su silencio,
ante la copa de tremantes brazos
sola y enorme bajo el puro cielo,
sostenida por tronco milenario,
con su forma y color de paquidermo,
donde los años eran llagas ocres
y los siglos arrugas en el leño.
Él quedaría con los labios mudos,
tal como carta que mantiene el sello,
con los ojos en alto y en los ojos
la liviana humedad del sentimiento
cuando el alma es un arco que se estira
y sube y crece y ya no cabe dentro.

El construyó la casa solariega,
casi a la par del algarrobo viejo,
con la greda que nutre las raíces
y con el arte del mejor "hornero".
Casa de barro. Luminosa casa.
Antiguo hogar de mi primer abuelo.
En ti quiero cantar la artesanía
y saludar al regional ingenio
que ha poblado de casas la comarca,
casas que son como el materno suelo
levantado en hogar para refugio
del hijo fiel a su destino adverso:

La saludo en el barro original
que alienta en todo cuanto cubre el cielo
y que un día entre días nos ofrece
propicia almohada para el hondo sueño;
la saludo en la cal y su belleza
que llueve luna sobre muros nuevos;
la saludo en la vara y la cumbrera
que son la firme trabazón del techo;
la saludo en la eterna geometría
que conocen el ave y el insecto;
la saludo en la azuela y el martillo
y en el serrucho de cortar el leño;
la saludo en la arena silenciosa
y en la zaranda de metal o cuero
que la mece en vaivenes uniformes
como la madre a su guagüita tierno;
la saludo en la paja popular
que cobija en verano y en invierno
y silencia las voces de la lluvia
y es como quena cuando corre viento;
la saludo en el ángulo preciso,
en la cuchara de sonoro acento,
en la ley vertical de la plomada,
y en el fletado de desgaste lento;
la saludo en la llave y la falleba
y en cada clavo de orinoso hierro;
la saludo en la intima burbuja
que es como el alma del nivel perfecto;
la saludo en el grillo cotidiano,
ángel oculto bajo oscuro insecto,
que deja oír su cuerda en los rincones
donde la araña desenvuelve velos;
la saludo en la lámpara bendita
que derrama su luz como consuelo;
la saludo en la rústica fragancia
de arcones hondos y de pan moreno;
la saludo en la Rueca y en el Huso;
la saludo en el agua y en el fuego.

Francisco Antonio se llamó el hidalgo
fundador del linaje solariego
y constructor de la ruinosa casa,
cuyo apellido es el que yo conservo
y procuro llevar tan limpiamente
como se lleva un burilado espejo
para rostro de rey o de paloma
a través del camino polvoriento...



III Parte

Padre y Señor del Bosque.
¡Catedral de los pájaros!

Voy a decir el nombre de los seres
que visitan tu cielo entrelazado,
con la alegría de alabar amigos
y la emoción de recordar hermanos:
sea el primero la Calandria pura
que provoca la luz desde su canto,
y ama a la luz como los niños ciegos,
la cigarra estival y los lagartos;
y el Hornero vestido de estameña,
con su traje de monje franciscano
ágil maestro que enseñó a los hombres
esas artes clarísimas del barro;
y la Urpila de cuello femenino,
un si es o no es tornasolado,
donde tiene su asiento la ternura
con su gemido dulcemente cálido;
y la Urraca de ingenuo vocerío;
y la Torcaza del amor cristiano;
y la leve Chirigua mañanera
que se levanta con el sol, cantando;
y el Loro verde y la Cotorra verde
que conocen idiomas olvidados;
y el Cardenal y su orgulloso porte;
y la llaga del Pecho colorado
de quien dicen los viejos en la noche,
ante corros de niños provincianos,
que el Chingolo lo hirió con su cuchillo
allá por los tiempos del milagro;
y el Chingolo, social y comedido;
y el Run-dún, ese diamante alado,
que conduce las cartas de las flores
cuando aquellas se escriben en verano;
y el Zorzal de enlutada vestidura,
siempre de pie sobre los gajos altos,
evocando una ardiente melodía
en su pequeño corazón de piano;
y el Carpintero, de bonete grana,
que martilla tu leño centenario
cual si buscase apasionadamente
el alma oculta y vegetal del árbol;
y también la viajera Golondrina
que conduce un mensaje perfumado
con los pinos del Norte y las palmeras
y las olas del golfo mejicano;
y el Reimoro de azules albornoces,
príncipe azul sobre la paz del campo,
trinador excelente que domina
registros de tenor y de soprano;
y la Viudita de color de nieve,
con el borde del ala ribeteado
de severo negror, que nadie mata
pues la custodia su dolor callado;
y el Cachilote, cobarde ladronzuelo,
y sibarita de yantar holgado,
que perfora los bellos huevecitos
para beberles su interior dorado;
y el Crespín con su drama misterioso,
y su persona de fantasma trágico,
que acidula las mieles del estío
con la amargura de su largo llanto;
y el Halcón de los ojos avizores,
la pradera y el monte dominando
que es en sí mismo vibradora flecha
guerrero cruel y puntería de arco.

Y los otros, los pájaros nocturnos,
que nos miran con ojos afiebrados
y poseen la clave del Amauta
para leer los Quipos del presagio:
digo el Lechuzo de mirar insomne,
ante cuyo chillido destemplado
la joven madre se persigna y reza
y la amada se vuelve hacia el amado;
digo el Colcón que pone en tus ojivas
sugerencias de coro gregoriano
y también un horror de brujerías
en el silencio de su grito mágico;
y el Atajacaminos, melancólico,
que viene y va como los fuegos fatuos
y suspende el respiro en la garganta
del jinete que pasa y el caballo;
y el Alicuco, que presiente el agua,
y que suele imitar en los bañados
la traslúcida tecla de las ranas
y el cristalino clavecín del sapo;
y otro pájaro más, otro nocturno,
por nadie visto pero sí escuchado
hacia el filo y la flor de medianoche,
cuyo nombre se dice: Piscu-Yaco.

Algarrobo natal. Abuelo nuestro.
¡Catedral de los pájaros!




IV Parte

Yo quisiera los plásticos pinceles
y la marea musical del órgano
para pintar y describir el árbol
de la manera que lo ven mis ojos,
con la exacta figura que devuelven
los callados espejos del asombro.

Uno camina por sendero agreste
hacia la hora en que la luz de oro
inclínase rosada hacia poniente
y el aire es como un río rumoroso
navegado de esencias campesinas
-hierbabuena cordial, poleo tónico-
con mugidos de bueyes invisibles,
claros cencerros, gallos melodiosos,
voceríos de pájaros, rumores
de rurales faenas, lento coro
de las cigarras en las copas verdes,
súbitos vuelos, piquillines rojos,
la lanceolada esgrima de las cañas
en los maizales de verdor jugoso,
y la madre-montaña que vigila
todo el país desde su azul remoto.
El sendero prosigue, serpenteando,
túnel de sombra, caracol terroso,
con la verde sonrisa de la recta
y el arbolado ensueño del recodo
hasta dar en un claro de silencio
donde nos crece la emoción de pronto,
pues delante se yergue la presencia
imperial y total del Algarrobo.

Ocres raíces surgen de la tierra
como animales de encrespado lomo,
sosteniendo la torre milenaria
toda construida en material leñoso.

Siete gañanes por la mano unidos,
catorce niños cuando forman corro
y se enlazan en rondas infantiles,
apenas pueden abrazar el tronco.

Y es su corteza como piel de saurio
cuando emerge cubierto por el lodo,
y también como el tacto de la dermis
del megaterio que murió leproso.

El ramaje se inserta complicado
Y se tiende en un gesto poderoso
como brazos que buscan impotentes
una cosa que asir en el contorno.

Viejas ramas que son como tentáculos
de oscuro pulpo; miembros musculosos
de yacente dragón o dinosaurio,
de araña enorme o encantado monstruo.
Yo podría contarlas, si quisiera,
una por una y apagar mis ojos
con la venda y el frío de la cifra,
pero prefiero contemplar gozoso.

Y decir que la sombra que derrama
como lluvia de paz el Algarrobo
puede cubrir una pequeña plaza,
proteger un rebaño numeroso,
cobijar una tropa de carretas,
y un regimiento con vivac y todo.

Y gustar la fragancia indefinible
que nos circunda totalmente como
si ella fuese una túnica fragante
que nos ciñera desde el pie a los hombros;
claro olor de las ramas sumergidas
en el mar de la luz olor del oro
entre las bayas y su miel madura,
agrio olor de sus pájaros hermosos,
divino olor de su millón de hojuelas,
olor de estrellas y de cielo solo,
dulce olor nacional de bosque nuestro,
olor del verde y su misterio umbroso,
noble olor a resina de madera,
olor de sol en la vejez del tronco...

Ah, yo quise los plásticos pinceles
y la marea musical del órgano
para pintar y describir el árbol
de la manera que lo ven mis ojos,
pero no tuve nada más que esto:
el verso gris y el remontado asombro.



V Parte

Ahora canto la Dicha que derramas
¡ Algarrobo natal, Abuelo mío!
sobre la gente que a tu vera vive,
en todo tiempo, con calor o frío,
ora sea en la pausa del otoño,
ora en la fiesta del frutal estío.

La primera la Dicha de tu sombra,
clara limosna de perenne abrigo,
donde es grato sentarse en la mañana
o por la tarde, con el mate amigo
que serena las olas de la frente,
alimenta la flor del optimismo,
nos enseña a vivir con esperanza
y nos vuelve cordiales y tranquilos.

Sombra del árbol, transparente sombra,
casi impalpable como un velo fino
o la leve caricia de la nube,
o la queja que fluye en el suspiro,
algo tan puro, delicado y manso
como el sueño de un pájaro dormido
o la entraña del agua en la vertiente
y cuyo elogio me estará prohibido
mientras yo sea nada más que un hombre
y no posea un corazón de mirlo.

También canto la Dicha de los frutos
sabiamente enrulados y amarillos,
que por enero cuando el día extiende
su bandera solar sobre los nidos
tórnanse dulces, con dulzor silvestre
de roja miel de camuatí escondido.
Vainas de oro, pan de la pobreza,
don de los cielos, misterioso trigo,
alimento de bueyes y caballos
y golosina de los niños ricos.

Nombro el Patay, de granuloso gusto,
que se elabora según modo antiguo:
machacando la fruta en la conana
y traspasando por cedazo fino;
nombro la Aloja, refrescante y rubia,
que se guarda en un cántaro rojizo
a la hora más alta de la siesta
para que acendre su fragante frío;
nombro la Añapa, de beber con leche,
que engorda a la madre y al chiquillo.

También digo la Dicha de la leña
que es en el fuego acontecer divino
y revive la flora deslumbrante
que alegraba el jardín del Paraíso:
el fuego azul, el fuego rojo, el Fuego
que posee las llaves del Estío
y levanta a la muerta Primavera
de entre los hielos de cristal pulido.



VI Parte

Padre y Señor del bosque.
Abuelo de barbas vegetales.
Algarrobo Natal. Torre del cielo.
Monumento y estatua del follaje.
Hijo del Sol y la Tierra unidos.
Corona real para la sien del aire.
Árbol de luz. Espejo de los siglos.
Dios vegetal de corazón fragante.
Así yo quiero terminar la Oda,
Asistido por Ángeles del Canto:
Algarrobo natal, Abuelo nuestro,
¡Catedral de los Pájaros!


Cantata del Abuelo Algarrobo, Antonio Esteban Agüero




El Pregón, Antonio Esteban Agüero



El Pregón de Antonio Esteban Aguero

Yo no quiero morir. Es imposible
que yo pueda morir mientras la vida
siga viva en jilgueros y caballos.

Si yo siento la vida deliciosa
como un río de abejas -en febrero,
locas de sol- por las profundas venas.

Si yo tengo mi voz en la garganta,
mi voz plena de nombre, abarcando
el contorno y la esencia de las cosas.

o no quiero morir. Si el mundo nace
cada día de mí como los niños
de la entraña madura de sus madres

Si los árboles nacen de mis ojos;
y las suaves mujeres de mis manos;
y la música nace de mi oído.

Yo no puedo morir, que soy la Vida
porque tengo en los pulsos prisionera
una ardiente pareja de palomas.

¿Y he de morir? ¿He de dejar la tierra
con sus prados y bosques musicales,
con sus aguas, con su fuego rojo?

¿Con sus ciudades y sus barcos negros,
con sus caminos y sus trenes largos,
con la muchacha de color de arena
cuyo cuerpo es un cálido racimo?



Antonio Esteban Aguero

Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento. Más de medio siglo en poesía

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