PRELUDIO
Un pueblo viejo es como un anciano cabalgando con montura
blanca.
Airoso y con perfil de retama permanece esperando el milagro
del agua y de los vecinos que despierten.
Pero no. El primero en hacerlo es el viejo cura y el joven
maestro. El sacerdote se las toma con el campanario como para que todo el mundo
centre su atención en la capilla y el maestro para dirigirse a su centro educativo.
Las viejas toman sus mantos y el rosario, algunas el
misal, y mirando al suelo dirigen sus pasos hacia la iglesia.
El polvillo levantado se vuelve, como refunfuñando.
*
En una infancia de claridad humilde conocí a un pueblo
con cielo de pájaros. Nadie me lo cree, pero lo que me llamaba la atención era
de que en horas de la tarde sus habitantes se sentaban mirando con curiosidad
el raro poniente que parecía sangrar entre los árboles.
Cada uno balbuceaba un poema, lentamente, como una oración,
hasta que llegaban los pájaros y cubrían el cielo.
Entonces los habitantes se retiraban a sus cuevas. Y yo
con ellos.
Nadie me lo creía. Pero cuando llegué a Pueblo Viejo era
como si ya antes hubiera estado en ese lugar. No obstante alli conocí a la verdadera
tristeza de los dilatados atardeceres.
Y yo pensaba en lo bueno que sería hacer de este pueblo
un verdadero taller, con un profundo olor a piquillines de todos los colores,
reparar la casa de la palabra, iluminar los poemas oscuros y estar rodeado de árboles
encantados, tan cerca del viento, imaginando poemas y pensando que algún día
todos hablaríamos el mismo idioma, y que seriamos herederos de un cielo con
plumas.
*
En ese país comencé a escribir en una vieja agenda, las
cosas que me dictaban los pájaros, el asombro de los hombres al llegar la tarde
y el olor gris de las cenizas al cerrar sus ojos las cansadas hogueras.
La agenda que hoy tengo entre mis manos data de mil
novecientos cincuenta y ocho, pero hubiera apostado que los datos consignados
eran más viejos.
Pero claro todo lo que escribo es pura fantasía y al
tiempo no lo considero, pues de lo contrario se diria que soy un árbol solo
castigando al viento, y me pregunto de vez en vez ¿hasta dónde llegarán mis
raíces?
Sin embargo estoy en Pueblo Viejo, con una sola calle
polvorienta, donde el verano se recrea como con el sol en la mano, y el polvo
de todos los pueblos está aquí, esperando alguna lluvia salvadora que permita, al
menos, barrer el patio.
*
Para descubrirte al mundo, Pueblo Viejo, debí asolearme
en tu extendida lengua de arena y sol y en los conciertos de los bicheríos que
uno no los ve pero los siente.
A veces hablo sólo de lo que veo, de lo que percibo bajo
un cielo con nubes que cada semana vuelven, se cansan de contarse lo mismo y se
van, junto con los loros que no se sabe de dónde vienen, pero que pasan con sus
voces estridentes todos los días, mañana y tarde, como las viejas asambleas de
las vizcachas.
Y voy anotando, enumerando lo que verdaderamente me
emociona de todo este silencio arenoso, extendido y bueno como la leche de los
choclos que las cotorras y palomas beben allá a lo lejos.
Creo que tardaré mucho en descubrirte, pero aquí estoy
con el tiempo de mi lado y con la paciencia de una pava oscura, por el otro.
Rafael Horacio López
De Tronco Pueblo Viejo (2015)