6º Encuentro Latinoamericano de Poetas 17 al 20 de Mayo de 1995. Termas de Río Hondo, Santiago del estero, Argentina. Felipe Angelloti, Oscar Guiñazú Alvarez, Teresa Gómez Atala, Sofía Duran, Florentino Bustos Molina y Cristina Duje
OSCAR GUIÑAZÚ ÁLVAREZ El magisterio de un poeta por Gaspar Pío del Corro
Publicado en el Nº 25 de La revista. Sade, Córdoba Junio de 2001
Resplandor de la memoria” es el título de un poemario publicado en 1991. Dice allí, recordando a Candelaria, su pueblo natal: “Una suerte de compromiso autoestablecido para con los seres y los enseres que determinaron la natural vigencia de una infancia a la que regresó para beber felicidad, para contrarrestar así la atmósfera de crisis, de desencuentro en que camina la humanidad”.
Este poeta retorna como una constante a los tiempos de su niñez, pero no por necesidad de lamentar el bien perdido, sino para revivir ese mismo bien, atesorado. No hay, pues, en sus versos, nada elegíaco, nada que lo lleve a solazarse en un dolor, por más real que sea, sino más bien a la búsqueda de la felicidad conocida en los mejores años de la existencia.
Cuando Guiñazú Alvarez mira hacia atrás lo hace con la misma ilusión con que mira hacia adelante. No como un camino de evasión sino en aventura de conocer, con la voluntad de reencontrarse con los valores humanos en el aquilatamiento de la experiencia personal, dentro de sus limitaciones pero trascendiendo.
Camina hacia atrás para traer hacia el futuro un aliento, una luz:
Iluminado patio
que aprendí de memoria;
Donde aprender algo es alcanzar la realidad que lo desborda: la Realidad, como un gran texto que encierra una multitud inagotable de lecciones de vida:
Cómo olvidar el texto de respeto
escrito en el semblante de Mauricio;
transparente sonrisa
detenida en su rostro de muchacho.
(Poema 23)
Si seguimos la lectura de este poema veremos aflorar en
sus líneas un mensaje de nitidez, de virtudes, de nobleza y confianza;
atributos que no son sólo de él, porque las “gentes” depositaron “en sus manos”
todo eso. Las gentes y las cosas cotidianas que les son inherentes: el patio y
su ramada como una inherencia inseparable del lugar donde ha de habitar el
hombre; la pureza elemental como una inherencia de lo que ha de beber; la plaza
del pueblo como natural lugar de convocación de las gentes comarcanas.
Así, pues, nada vale por el pintoresquismo que sugiere sino por su capacidad para motivar la convergencia fraternal de los ánimos, la solidaridad de los hombres en la convivencia profunda, espontánea, primaria. Ninguna cosa evocada se esfuma en la expansión de los sentimientos que suscita; más bien se consolida en las raíces de algo que pertenece a los orígenes y a ello se aferra: la laboriosidad ejemplar, como virtud innata de los padres, los fundadores; la madre, cuya ternura es una forma de la tradición inveterada del Amor; el abuelo, cuyas manos, como cumpliendo un mandato ancestral, fundaron tres naranjos en el siglo pasado, ésos que aun perduran en el recuerdo de un “celoso guardián de los latidos”
No es una añoranza puramente sentimental lo que se lee en las páginas que nos ha legado don Oscar: es una pervivencia lúcida que se abre a un mundo de experiencias vitalizadoras, creadoras del presente: “la evocación mantine su universo” (Poema 12). No es algo que aparece y que pasa o se derrumba por la pendiente de una pena, sino algo que se levanta en una totalidad de sentido cuya dimensión es necesario remontar para llegar a comprenderlo.
Hasta aquí hemos seguido algunas líneas del libro Resplandor de la memoria. Más de dos décadas antes, en 1966, leemos en Orbita 50:
Un fichero multiplicado mantiene al día
la memoria de las órbitas
vistas de un mundo desconocido
de tan conocido.
Aquí la memoria de una realidad repetida, habitualizada, cubierta o tapada por los hábitos que se extienden sobre nuestra conciencia como una sombra obnubilante, se abre a una realidad que no es otra sino la misma, pero des-cubier tas, des-vestida de las espesas costumbres que se interponen entre nosotros y el sentido poético de nuestra propia experiencia cotidiana.
A don Oscar, fundador de los celebrados Encuentros de Poetas en Villa Dolores (Córdoba), lo vemos como en un re-encuentro con tantas imá genes de eso conocido que llegamos a des-conocer como consecuencia de los encubrimientos producidos por el divorcio creciente entre la experiencia temporal y la experiencia poética.
Siempre recordamos que Edgar Bayley insistía en la correlación de soledad y solidaridad. En efecto, muchas veces es la soledad la que nos permite percibir la dimensión de la solidaridad humana: cuando estamos solos nos introducimos en ese ámbito que Guifiazú Álvarez llamaba “la honda soledad que inunda mi sed de cantos” (“Momento”, de Cuerdas tensas, 1993). Siempre estuvo don Oscar “aguardando tu voz / en esta soledad de mis papeles,,,” (“Espera”). Su soledad no fue entonces un aislamiento quietista, ese “moho de nostalgia” de que le hablaba Juan Filioy en una carta, sino una fuerza, una luz” que le llega entre papeles desordenados y lo con duce a la esperanza. Y si hay un dolor no es de lo pasa do, sin más, sino de aquello pasado que todavía no es presente: “Asumo hasta el dolor lo que no encuentro”, como habría de decir en Resplandor de la memoria.
En esta dirección se mueve su soledad, que no re conoce ni quiere llegada ni reposo para instalarse en la contemplación, porque es siempre punto de partida para esa forma del hacer que es el poetizar:
Me quedan cosas por hacer
me sobran
motivos para asirme como el náufrago
a los leves maderos del poema.
Su pulso es “un encordado / vegetal que las brisas estimulan” y que “se deshace en consignas musicales” — tal el hacer como forma de consagración artística. Y más allá todavía, aunque integrado con eso, el hacer poético como compromiso en la lucha junto al hombre concreto. Tal es el sentido que persiste en sus mensajes más hondos: su razón de volver al pasado para dar unidad al curso homogéneo de una vida. En sus regresos no se desata solamente por pura emoción un paquete de recuerdos donde ha de aquietarse el corazón; cada retorno es un avance para desentrañar la lección del tiempo, aquel “texto” que decía, de las experiencias fundantes:
Desenvuelvo el ovillo de los años / /
y me propongo recorrer de nuevo /
esquinas, impresiones fundadoras del alba”
(Poema 1, de Resplandor de la memoria).
Don Oscar Guiñazú Alvarez fue, por sobre todas las vocaciones, maestro. Maestro de escuela primaria, principalmente. Allí, entre los niños, ante su mirada limpia y sin desvíos, se sintió convocado por la urgente necesidad de abrir caminos. Caminos interminables que él, andariego sin fatigas, recorrió hacia todos los rumbos, invitando a proseguir. Por eso dije alguna vez, con cierta insistencia, que el verdadero monumento a su memoria no ha de ser una busto sobre un pedestal sino una imágen caminante, sobre la tierra.
Gaspar Pío del Corro
Publicado en el Nº 25 de La revista. Sade, Córdoba Junio de 2001
Sentados, de derecha a izquierda: Carlos antonio Garro, Olga Murat de Villagrán (Cruz del eje, Córdoba) Albino Suarez Gómez, Raúl Filgueiras (Berisso, Bs As) Genaro Barcia Garcia (Cosquín, Córdoba). De Pie de Derecha a Izquierda: Horacio Figueroa, Emilio Di Bernardi (Recitador), Pedro Carrera de la Serna, Rafael Horacio López, Mario Pagura, Aldo Cáceres (Recitador), Coco Calvar, Oscar Guiñazú Álvarez, Miguel Ángel Solivellas (Rio IV, Córdoba),Julio Morín (Músico, Berisso, Bs As) Manuel Gregorio Sabas, Regino Barrera. 17 DE ENERO 1962