I. P.
La mañana incipiente
resbala su quietud en las veredas de la ciudad balnearia
la rambla es un bostezo de barcaza
que recién se despierta
y se prepara al tráfago
de ávidos y fugaces pasajeros
en la espalda del agua se descama la bruma
Irma empuña un verano que no le pertenece
calladamente cruza la avenida
ondeando en el reflejo de los escaparates
su bolso de hilo crudo
donde guarda el secreto de una estrella marina
y un haiku improvisado
que le dejara un traficante de ternura
en una servilleta
se imagina con una piel bronceada
con la bikini fucsia
que al pasar
se prueba en la vidriera
y sus muslos de sal y de arenisca
en una playa ajena
en la cantina Irma acomoda las mesas
hasta la medianoche
debajo de su delantal celeste
la ola que sueña desde la ventana
rompe en su vientre
de agónica sirena
ella piensa en el mar
tan cerca de sus pasos
junto a una huella que ha quedado intacta
acomoda su pie mientras comprueba
que no coincide en el tamaño
el príncipe del faro no ha venido
la marea casi ni regresa
y la cresta de espuma que salpica sus ojos
no le sacia su sed
de gaviota viajera
Irma tiembla de mar
un mar que le arrebatan en cada estío
un aguijón que ensarta amaneceres
cuando cada mañana
levanta el sol en la turgencia de sus pechos breves
oleaje del silencio
medusacielo anclada en las orillas
tan cerca de sus pasos
tan de otros
para morir de ocasos y de esperas
Horacio Goslino, Bahía Blanca, Buenos Aires, Argentina.