Las garras del mediodía
se clavaron en mi frente
y sobre otras huellas
marqué las mías.
Me tentaron las mesas
bajo la sombra de un toldo
y arrumbé mi cansancio
trizando la tristeza.
Sr. ¿Me da una moneda?.
La miré en silencio
vi sus ojos tiernos
la pupila pura
sin dolor de tiempos.
Era tan dulce y hermosa
apenas unos años;
los andrajos se morían
en su piel de duraznos.
Pensé; alguien en ti, en pocos años
clavará su deseo
insensible a tu pobreza
y robará tu virtud
para que después vendas
la belleza de tu carne
en las veredas.
¡Ay, niña de mi tierra,
qué sangrar doloroso
es la miseria!.
Felipe Angellotti